Siento como se me escapa la vida sin remisión. Paso a paso, gota a gota, hálito a hálito.
Y sin embargo, poco, por no decir nada, importa que me esté muriendo.
La voluntad (lo único que permanece incólume en mi demacrado ser) me mantiene con vida a duras penas. Sé que el dolor que estoy experimentando bastaría para acabar conmigo en otras circunstancias. Pero, de algún modo, me aferro a vivir, a luchar, a desafiar a la Muerte inminente por la única razón por la que merece la pena que mi corazón siga latiendo.
La cojera no detiene mi implacable avance. La busco con el ojo sano. No consigo divisar su silueta. Desesperado, grito su nombre, y al instante noto como una lágrima surca mis mejillas cuando solo obtengo como respuesta al cruel eco de mis palabras.
Tropiezo y caigo de bruces contra las baldosas de piedra del templo. Articulo un rugido de pura impotencia y casi siento deseos de rendirme, pero rápidamente me reafirmo en que estoy enfrentando algo más importante que el resultado de mi nimia existencia. Extrayendo fuerzas de donde ya no quedan, me apoyo en mi fiel espada, y lanzo una última ojeada con la esperanza de encontrarla, y de que todo el sacrificio haya servido de algo.
Solo entonces, metros más allá, consigo distinguir su cuerpo yaciendo sobre el altar de piedra.
Súbitamente, el júbilo me inunda por completo: vuelvo a sentir el manar de la sangre por mi brazo herido, mi ojo recupera la vista, la respiración ahora duele pero de forma distinta, pues el aire fluye a través de mis pulmones con demasiada violencia. Me olvido del sufrimiento y comienzo a correr, como si no hubiese dolencia lo suficientemente maligna como para hacerme desistir en mi idea de acudir a su lado.
Alcanzo al altar. Su hermosa figura, su perlino vestido y su melena azabache... No los recordaba tan sobrecogedoramente cautivadores. La ausencia de sangre, me tranquiliza: Su vida ya no corre peligro. Le acaricio torpemente la mejilla, diciéndole que estoy con ella, que no hay de qué preocuparse, que todo ha pasado...
De pronto el terror se apodera de mí: no oigo su dulce voz, ni siquiera su suave respiración. Está gélida como la piedra sobre la que descansa.
Finalmente, confirmando mis mayores miedos, reparo en sus ojos: congelados, perdidos, agujeros negros... sin vida. Me observan sin observarme, inconscientes, inertes, muertos.
Los míos estallan en miles de lágrimas. Todo ha sido en vano, inútil. Abrazo tu cadáver, como tratando de insuflarte la vida que ya no posees, pues quiero creer en que aún no te he perdido para siempre."
"13 jodidos tomos para este beso T_T" |
Repito, hilvanando mis palabras.
E inquiero el nombre de quien me visita"
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