La entrada de hoy es un relato fragmentado debido a la longitud y complejidad de su forma y contenido, respectivamente. Llevo trabajando en él MUCHÍSIMO tiempo y, aunque lo tengo abandonado, es uno de mis favoritos y no quisiera que cayese en esa trampa mortal que es el olvido.
Sin que sea mi deseo revelar la temática del relato, ya os advierto que a los menos puestos puede que os resulte un relato sobrio, que "no sea nada del otro mundo" o que sea incluso típico (si bien creo poder afirmar que de típico mis relatos no tienen nada... Y este no es una excepción). Espero, no obstante que os guste esta primera parte; como siempre, disfrutad de la música: sin ella, mis relatos carecen de vida. Gracias por leer queridos lectores ;)
"Farewell Blues"
"Por muchas décadas que transcurriesen, “Café Le Psyence”
siempre irradiaría ese inconfundible fulgor místico, curativo y cautivador que
envolvía sin remisión nada más pisar su marmóreo suelo de baldosas blancas y
negras.
La similitud entre el “Le Psyence” de mis recuerdos y el
real era (tal y como esperaba) absoluta, con la salvedad de que con el tiempo
el local se había ido adaptando y evolucionando, sin perder, afortunadamente,
ni un ápice de su esencia inmanente. El lujo del acabado de la madera de los
pilares, sillas y muebles de “Le Psyence” había sido sustituido por el metal y
el plástico y sus antaño suntuosas y elegantes lámparas colgantes habían
corrido la misma suerte, pues ahora toda la luz del café emanaba de halógenos y
fluorescentes que burdamente trataban de emular la solemne luminiscencia del
pasado.
Pero como ya he citado previamente,“Le Psyence” nunca
precisó de electricidad para brillar con la intensidad con la que lo hacía.
Quizás solo brillaba así para mí, pensé mientras contemplaba el interior
exquisitamente decorado. Quizás solo yo lo miraba con esos ojos. Quizá yo era
el único incapaz de contener una nostálgica sonrisa cada vez que aspiraba su
embriagador perfume a azúcar, café, canela, ginebra y limón. Quizás el “Le
Psyence” que yo sentía, nadie más lo conocía como tal. De pronto me pregunté de
dónde provenía aquel familiar y a la vez lejano sentimiento de soledad que me
atenazaba y entonces tras un instante de reflexión lo entendí: la música.
Si bien el servicio de los garçons seguía siendo al parecer
perfecto (por lo que pude comprobar al ver a los camareros ir y venir de aquí a
allá transportando los pedidos de los clientes), los indiscutibles
protagonistas de la noche eran el pianista, el trompetista, el contrabajista y el batería que
interpretaban con milimétrica exactitud ese blues que tan bien conocía. La
sugerente y deliciosa melodía no había tardado en subyugar a todos los clientes
bajo el efecto de una poderosa hipnosis de la que incluso yo encontraba arduo
oponer resistencia.
Nadie era capaz de disipar el conjuro del blues. Nadie salvo
ella, que me esperaba de espaldas a la barra. Sólo cuando nuestras miradas se
encontraron fui consciente de cuánto tiempo hacía desde nuestro último
encuentro. Nos quedamos mirándonos
durante lo que pareció ser una
eternidad. Probablemente lo fue.
Acudí hasta la barra con paso mesurado y grácil, alardeando
de mi porte y me senté en el taburete de su derecha, en ademán de falsa
indiferencia.
En cuanto quedamos a solas, hice a un lado la copa de gin-tonic y le ofrecí la mano para que se sentase junto a mí. Sus ojos vidriosos me dedicaron una sugerente mirada cargada de arrogancia, pero una fracción de segundo más tarde sus sonrosados labios esbozaron la más perfecta de las sonrisas. Cuando su gélida mano se posó sobre la mía me recorrió su tacto: liso, tallado, perfecto. Deseé contenerme, pero tuve que rendirme ante el impulso de acariciar su tez de porcelana con las puntas de los dedos. Súbitamente quedé impresionado al discernir en su rostro un arrebato de humanidad desbordante. Aquello me descolocó por un instante, que ella aprovechó para rodear mi cuello con sus dos esbeltos brazos al tiempo que susurraba mi nombre en mi oreja, con un deje de añoranza. La abracé con fuerza y enrollé mis dedos en sus cabellos azabaches. Aspiré con fuerza, embriagándome de la ausencia de su perfume. Elaine no olía a nada, nunca había olido a nada. Por increíble que pareciera, incluso había llegado a echar de menos su aroma inodoro. Sentí como poco a poco nos fundíamos hasta casi convertirnos en un solo ser, en una sola entidad.
El sutil carraspeo del garçon nos avisó de su presencia.
-¿Se refería a esta cosecha, señor Hainer?
-Efectivamente, merci. Puedes retirarte.-Tomé la botella y
vertí meticulosamente el vino carmesí en las copas -Esta noche es una ocasión especial-repetí
ofreciéndole su cáliz.-Por nosotros Elaine, y por nuestro tan deseado
reencuentro.
-Por nosotros, Vincent.
Al tintineo del cristal le sucedió el ansiado instante del
sorbo, pero yo retrasé el mío unos segundos en pro de contemplar cómo saboreaba
el néctar prohibido: Sus ojos se abrieron de par en par sin perder ni el más
nimio detalle del tinto. Contemplé como relamía sus labios, poseída por un
éxtasis absoluto, incomparable. Atónito por el espectáculo, (en parte
esperado), recorrí con los ojos la estela roja que dibujó por su cuello de
cisne una gota extraviada. Finalmente, dos afiladas dagas de marfil asomaron de
la comisura de sus labios.
Elaine podía haberse obligado a aficionarse al gin-tonic con
el paso de las décadas, pero si había algo a lo que una vampiresa hambrienta
como ella no podía resistirse, era a la vitae. Al néctar prohibido. A la sangre
de los mortales.
-Siempre fuiste un detallista, Vince-Comenzó a decir tratando
de recuperar la compostura, retrayendo sus colmillos aun sin apartar la mirada
de la vitae.-Pero no esperaba este obsequio.
Imité su encantadora media sonrisa tras dar un largo trago y
con un gesto señalé al cuarteto musical:
-Yo no esperaba que me recibieras con “Farewell Blues”, Ele.
Imagino que con tu belleza no habrán podido negarse a tu petición...
-La mayoría de mortales son fáciles de embaucar, Vince.-Adoraba
la particular entonación con la que pronunciaba mi nombre.- Y me pareció que
sería un hermoso detalle que sonase tu canción favorita en nuestro reencuentro.
-Lo ha sido, créeme. Me sorprende que aun recuerdes mi
canción favorita después de tantos años…
-Los recuerdos no se olvidan por el devenir de los años
Vince: Los recuerdos se borran en el momento en el que pierden el significado que
en su día sí tuvieron.
Medité sus palabras durante unos segundos. En todas las
frases de Ele siempre había más enterrado que en la superficie. Mucho más.
-En ese caso, me halaga que tus recuerdos concernientes a mí sigan a tan buen recaudo.
Y ahora dime… ¿Qué ha
sido de ti en los últimos 19 años...?"
"Ella era como el hielo y él como tierra mojada.
Cuando las estaciones murieron,
Ella acabó por derretirse...
Y él por nutrir a una flor."
Cuando las estaciones murieron,
Ella acabó por derretirse...
Y él por nutrir a una flor."
¡Esta vez, el haiku es de mi cosecha propia! ^-^´´
¡¡No hombre!! El haiku es tuyo? es la leche, tío.
ResponderEliminarPor cierto, empecé por la parte II, y después de leer la primera me lo he releído ya bien xDD